(Cuento de navidad)
Como una filmación casera vuelta a reproducir, todo ocurrió de la misma manera: el baile ritual y la bolsa lidiando con mi pie, escapando, inflándose de viento, girando sobre sí misma, aprovechando las corrientes para elevarse como un globo aerostático. Y el tercer día lo mismo y el cuarto lo mismo. Y la víspera de la Navidad… casi lo mismo. Porque esta vez apareció y no sé si por la nostalgia propia de la fecha, ya no pude echarla. Es más, esperaba su llegaba y estoy seguro que la hubiera extrañado si, con su oreja de nudo caída, no hubiese aparecido rezumando su gacha mansedumbre. Esta vez la dejé entrar y ella, sorprendida, avanzó hasta el medio del garaje y se quedó como mirándome, no sé si esperando a que fuera a patearla o tal vez, azorada de su propia libertad de estar ahí, por fin, sin restricciones. Terminé de abrir el portón y ella se corrió hacia un costado para que entrara el auto. Así lo hice y cuando me bajé, me detuve otra vez a mirarla. Aún sin viento, la oreja rota se elevó en al aire y la bolsa abrió la boca, propiamente como si fuera a decir algo. Y yo esperaba que así fuera, tanto, que me quedé mirándola atento porque tenía la sensación de que hablaría o ladraría o no sé que saludo onomatopéyico emitiría. Se arrastró algunos centímetros en mi dirección y se detuvo a mis pies. Después de casi un minuto, me reí de mí mismo y fui a cerrar el portón. Una hoja, dos, tres y otra vez sentí su serpenteo acercándose, las dos asas elevadas (la del nudo parecía estar más arriba que la otra) y aún cuando no había ninguna corriente de aire, la bolsa de nylon blanca palpitaba a mis pies, en ritmo sinusal, abriendo y cerrando su blanca boca.
Y era como hablar. Algo iba a decirme o… algo me decía. Qué hace una bolsa blanca, anónima, vacía, comportándose como una pequeña mascota, yendo y viniendo, insistiendo en entrar a mi casa, insinuándose, abriendo su boca… Una idea se cruzó por mi cabeza, una idea loca, que después tomó forma y ya no pareció tan loca y finalmente fue certeza. Papá Noel. Me visitaban las viejas ilusiones de la niñez, me invadía la nostalgia del regalo esperado, de ver llegar justo a las doce, en un programado apagón de luces, con una linterna, alguno de mis tíos disfrazado portando una gigantesca bolsa blanca llena de regalos. Papá Noel. En vísperas de Navidad, allí estaba, con su bolsa blanca… pero vacía. Y vacía, sí, porque esta vez me tocaba llenarla. No iba yo a sacar algo de ella, con el nombrecito pegado en el paquete. Iba a poner algo dentro. E iba a dejar que se lleve todo lo que yo metiera. Nunca había recibido un regalo así, un regalo… al revés. ¿Qué pondría? De repente sentía en mis manos y en mis ojos, todas las sensaciones de la niñez, la ilusión de la Navidad. ¿Que dejaría dentro de la bolsa blanca? Todo aquello que me pesaba y de lo que quería desembarazarme. Puse mis quejas y mis protestas de panza llena, los pequeños y vanos anhelos, los deseos superficiales. La bolsa se llenó con todas las incredulidades que de grande me hicieron grande; se llenó de desesperanza, de materialidad, de rigidez, de ambición, de todo aquello que con los años me privó de la madurez de la infancia; puse algunos enojos, algunos gritos, algunos rencores; puse abrazos negados, empujones, pisotones. La bolsa palpitaba al compás de mis depósitos y creció y creció y llegó a ser tan grande como la bolsa de Papá Noel de aquellas Nochebuenas de la infancia. Yo, como ella, vibraba de emoción, de espíritu navideño, de angelitos que sobrevolaban este mágico encuentro. Dos lágrimas cayeron de mi ojos justo dentro de la bolsa y ésta, sola, se cerró con dos nudos, me esquivó, se arrastró pesadísima hasta la calle, y enseguida emprendió un vuelo, como llevada por pájaros, hacia el medio de la noche que comenzaba a caer y se llevó todo, les juro que se llevó aquello que angustiaba mi corazón y todo lo me quedó me pareció bello, vibrante, vivible. Esa Navidad abracé como nunca, reí a más no poder y elevé los ojos a la simbólica estrella y le dije, al Niñito Dios, “gracias por todo” y “ayudame a ser más bueno” y me sentí, ante la vida, como el niño aquel que se sentaba frente a los obsequios de navidad con los ojos llenos, llenos de felicidad.
2 comentarios:
Fer:
Como siempre, en el regalo de tu cuento, me estás entregando lo más lindo tuyo: tu alma llena de amor.
Gracias por hacerme pensar y volver a la pureza de mi niñez.
Ojalá que el cuento también anide en vos y puedas tener la mejor Navidad.
Amalia
No tuve tiempo en navidad para leer el saludo y esa es la excusa mas triste, aunque no deja de ser, que puedo esbozar. Llego asi, un diecipico de enero lento y sinuoso, para encontrarme con esta bolsa, con mis lágrimas, con los sueños de la infancia.
Y con un padrino que adoro y al cual abrazo -desde acá- todos los días.
Gracias
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