
Con la mirada en el horizonte del sol que nace, siento crecer, en estas vísperas navideñas, esa esperanza, esa fuerte esperanza, esa profunda convicción de que algo mejor, viene. A pesar de los mensajes de muerte que escuchamos a diario, a pesar de la prédica mediática de vivir el hoy y sólo el hoy. Estoy convencido de que no desparramo mis ladrillos, sino que los estoy poniendo uno sobre el otro y que busco hacer una torre alta y firme donde después subir y gozar del paisaje, pero donde otros puedan subir también, ahora y después. Busco con fervor no solo gastar, sino también crear; no sólo consumir, sino también fabricar; que si bebo el agua que otro me sirvió, no me iré dejando el vaso vacío, sino que volveré a llenarlo. Y conozco mucha gente con las mismas intenciones. Entiendo que los hombres somos hermanos de los que hoy estamos y de los que fueron antes que nosotros y nos dejaron la tierra que habitamos y de los que vendrán después, y vivirán sobre la tierra que le dejemos. Sé que es posible, que está en la libertad de cada uno elegir sumar, agrandar, agregar... abrazar. Mientras mis pies transitan el camino de los escollos, mis ojos se elevan hacia esa meta, larga peregrinación de generaciones que nos reencontraremos algún día en un casa que estará hecha por todos. Y cada año, contemplando un pesebre, me vuelve a nacer la dicha de seguir construyendo, de sentirme un brote de ese árbol. Y me dan ganas de esperanzar la lucha, de esperanzar la espera, de esperanzar también, el gozo y la alegría, de no bajar los brazos pues los resultados no son inmediatos..................................